Necesitar y desear: El engaño del consumismo




En Psicología los confines entre necesitar y desear están muy bien determinados pero en la vida real, esa que vivimos todos los días, no siempre es tan sencillo separar lo que deseamos de lo que necesitamos. La razón es muy sencilla: llegamos a desear algo con tal intensidad que llega a convertirse realmente en una necesidad. O sería mejor decir que lo convertimos en una condición para ser felices, para sentirnos bien, para estar completos…

El motivo de la confusión

En las últimas décadas se ha producido tanto que tal pareciera que nuestro único objetivo sobre la faz de la tierra es comprar: comprar el último modelo de coche, comprar el móvil hípertecnológico, estar a la moda, tener la casa más grande… Al final, no nos damos cuenta de que nos sumergimos en una espiral sin fondo que nos empuja siempre más abajo.

Sin embargo, muchas de las cosas que compramos no las necesitamos. Solo las deseamos. Han sido las ingeniosas campañas de publicidad creadas por las diferentes marcas las que nos han hecho creer que necesitamos ciertas cosas para sentirnos felices y completos, adaptados al grupo social en el cual nos desenvolvemos.

De hecho, ¿sabías que los audífonos blancos de Apple tienen como objetivo no solo distinguirse de la competencia sino crear una sensación de pertenencia a un grupo? Es decir, cuando surgió el fenómeno de los mp3, quienes tenían audífonos blancos se distinguían. Y todo el mundo sabía que tenía un reproductor de Apple, por tanto, que tenía cierto nivel adquisitivo y que pertenecía a cierto grupo (el clásico grupo al que casi todos quieren pertenecer: personas jóvenes de clase media-alta).

En ese momento, lo que es un deseo (tener un iPod) se convierte en una necesidad. Porque pensamos que solo seremos felices si tenemos ese aparato. Es decir, supeditamos nuestra sensación de bienestar a un deseo.

Y esta confusión no se limita a las posesiones materiales sino que se evidencia en muchísimos otros aspectos de la vida, desde las relaciones de pareja hasta el trabajo.

Delimitando conceptos

En este punto, creo que es fundamental dar un paso atrás y revalorar nuestras verdaderas necesidades. Para ello, partamos de la diferencia entre necesidad y deseo. En primer lugar, debemos comprender que el ser humano posee dos grandes tipologías de necesidades: las básicas y las superiores. Las necesidades básicas son las de respirar, alimentarse, estar a buen recaudo bajo un techo, descansar, entre otras. Las necesidades superiores son aquellas que no son imprescindibles para la vida pero que son esenciales para nuestro desarrollo como persona, como la necesidad de relacionarse con los otros o de amar y ser amado.

Como puedes presuponer, estas necesidades se puden satisfacer de disímiles maneras. Si tenemos hambre, podemos saciarnos comiendo un simple trozo de pan pero también podemos optar por el caviar. En este punto, entran en acción los deseos; es decir la necesidad deja de ser una sensación de carencia difusa y se encarna en un objeto preciso. Dejamos de tener hambre y tenemos deseo de comer caviar.

Como en la sociedad occidental tenemos todas nuestras necesidades básicas cubiertas, el deseo ha ganado muchísimo espacio. Por eso, como no experimentamos un hambre “real”, solemos desear determinados platos más que otros. Claro, esta idea se extiende a muchos otros aspectos de la vida.

Más deseos = Más infelicidad

La famosa frase “no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita” nos viene como anillo al dedo. En primer lugar, considero que tener deseos es positivo y nos puede llevar a crecer como personas si nos planteamos metas realistas y establecemos planes de acción. Esta no es una cruzada contra los deseos sino más bien contra los deseos superficiales, contra esos a los cuales supeditas tu felicidad y sin los cuales podrías vivir perfectamente, incluso mucho mejor.

Afortunadamente, el antídoto es muy sencillo: pregúntate si realmente necesitas lo que deseas y para qué lo necesitas. ¿Hay otra vía, quizás más fácil y natural, para satisfacer tu necesidad?


Fuente: Rincón de la Psicología

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