Neurociencias: ¿metas fundamentadas o mitos fundados?

María Laura de la Barrera



A manera de introducción
 
El auge de las neurociencias data de fines del milenio pasado y se dice que el que ha comenzado, ya pasados doce años, será el siglo o la era del cerebro. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de neurociencias? ¿Por qué este auge inusitado ante dicha disciplina? 

En realidad el término neurociencia es relativamente joven y surge con la fundación en 1970 de una asociación de neurocientíficos profesionales, con miembros que procedían de diversas disciplinas, tales como la medicina, la biología, la psicología, la química, la física e, inclusive, las matemáticas.

Podríamos decir que la neurociencia toma lo que necesita de todas las ciencias básicas para el abordaje de la estructura y función del tejido nervioso. Las descripciones anatómicas y funcionales no se limitan a la especie humana, sino que también se hacen continuas referencias a aspectos comparados de interés. Delgado García (2007) afirma que, tradicionalmente, la neurociencia ha sido una actividad científica cuya enseñanza y, por tanto, su aprendizaje, han estado restringidos al ámbito de las facultades de medicina. Una consecuencia indirecta de este hecho ha sido la focalización del interés por los diversos aspectos clínicos (neurología, neurocirugía y psiquiatría) de la actividad neuronal y un olvido relativo de la naturaleza fisiológica de este tejido celular:

Parece, pues, justificado realizar un esfuerzo para extender el conocimiento de la neurociencia a estudiantes de otras facultades y escuelas haciendo un énfasis particular en los fundamentos científicos de la biología del sistema nervioso desde las propiedades biofísicas y moleculares de sus elementos constitutivos (neuronas y glía) hasta lo que se conoce en la actualidad sobre sus resultantes comportamentales y cognitivas.

Destaca el autor que la neurociencia ha sido la última de las ciencias naturales en tomar identidad propia diferenciada, debido a la complejidad de su objeto de estudio y por su carácter necesariamente multidisciplinario. Señala que cuando abordamos el estudio de la naturaleza, estudiamos en cierta forma algo externo a nosotros mismos, pero cuando estudiamos el cerebro dirigimos nuestra observación a nosotros mismos, a nuestro propio interior, aspecto que podría estar presentando evidentes dificultades metodológicas y conceptuales repetidamente señaladas por filósofos y epistemólogos.

García Alvea (2011) afirma que más allá de la neurología clásica, centrada en el estudio del sistema nervioso (su estructura, función y desarrollo) en estado normal y patológico, la nueva neurociencia se presenta con vocación universalista y multidisciplinar, que traspasa las fronteras departamentales y aspira a la reconciliación de las ciencias y las humanidades, proyectándose en una especie de “neurocultura” de la que se esperan grandes beneficios para la humanidad. Ruiz Sánchez de León, Pedrero Pérez, Fernández Blázquez y Llanero Lúquez (2011) hacen algunas referencias con relación a la propuesta de García Albea (2011) en cuanto a los usos y abusos del prefijo neuro, acerca de que en los últimos años, y coincidiendo con lo que algunos han llamado la “era del cerebro”, han proliferado acepciones que se refieren a algunos campos de dudosa entidad científica, afirmando que el hecho de aplicar el prefijo “neuro” a cualquier cosa no la convierte en disciplina científica, aunque, para el gran público, así pueda parecerlo. Aún así, los autores defienden la postura de que el prefijo neuro para la psicología y la psicología cognitiva, ha colaborado con el crecimiento teórico conceptual de ambas disciplinas, no acordando con García Albea que la neurología sea la única verdadera neurociencia (Sánchez de León et al., 2011: 320).

Un concepto sencillo que nos ayuda a entender dicha disciplina, es el que ofrece Kandel (2000), al definirla ya en plural: las neurociencias tienen la función de aportar explicaciones de la conducta, en términos de la actividad del encéfalo. Da razones acerca de cómo actúan millones de células para producir la conducta y cómo estas células se hallan influidas por el medio ambiente. Más específicamente, podemos añadir que su tarea central es explicar cómo es que actúan millones de células nerviosas individuales en el encéfalo para producir la conducta y cómo, a su vez, estas células están influidas por el medioambiente, incluyendo la conducta de otros individuos (Jessel, Kandel y Schwartz, 1997).

Algunos estudiosos (Tirapu Ustarróz, 2011; Tirapu Ustarróz, Ríos Lago y Maestú Unturbe, 2011; de la Barrera, Manes, Roca, Donolo y Rinaudo, 2011; Benito, 2010; Delgado García, 2007) afirman que en el momento presente seguimos inmersos en los mismos condicionantes socioculturales de siglos pasados (Platón, Aristóteles, Galeno, Descartes…), no sólo porque determinadas concepciones filosóficas y religiosas presuponen posturas de principio de carácter dualista (mente y cuerpo son entidades independientes) o materialista emergente (la mente es el resultado de la actividad cerebral), sino también porque es de continua actualidad el análisis de las similitudes y diferencias entre el cerebro y la computadora. Lo cierto es que el estudio de las funciones cerebrales tiene mucho de reflexivo y es difícil substraerse a la objetividad de los datos obtenidos por la observación y la experimentación.

Desde el punto de vista clásico, las primeras técnicas de estudio fueron la observación anatómica macroscópica; la observación mediante microscopía óptica; la observación de los cambios conductuales tras la lesión de diversas estructuras cerebrales, o mediante la estimulación eléctrica de las mismas. A estas técnicas se sumó poco a poco el registro de la actividad eléctrica de los elementos neuronales.

En la actualidad, el estudio de la afectación del tejido nervioso por procesos infecciosos, degenerativos o traumáticos no se limita a la mera observación de las diversas manifestaciones sintomáticas, sino que trata de identificar con técnicas no lesivas (desde determinaciones bioquímicas hasta la tomografía por emisión de positrones) los elementos neuronales dañados. Hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XX, las dos técnicas que resultaron más cruciales en el avance de los conocimientos de la estructura y funcionamiento del sistema nervioso, fueron probablemente la técnica de tinción argéntica de Golgi y el registro intracelular de la actividad eléctrica neuronal. Para el neurocientífico de finales de siglo, el abanico de técnicas disponibles es casi inabarcable, lo que hace más que nunca necesario el trabajo en grupo. Así, técnicas básicas de la física, la química o la farmacología se han sumado a las ya descritas (Delgado García, 2007).

Finalmente, en las dos últimas décadas, las aproximaciones moleculares y genéticas al estudio de la biología del sistema nervioso, han cambiado en profundidad nuestra visión y entendimiento del sistema nervioso. Canales iónicos receptores y neurotransmisores, moléculas de adhesión y vías de transducción de señales intracelulares, han crecido en número de un modo impresionante.

Así pues, la neurociencia actual es el resultado de la confluencia de muy diversas técnicas de experimentación animal y de observación clínica en humanos. La interpretación de los fenómenos biológicos debe encuadrarse dentro del marco filogenético. Cualquier aspecto de la biología del sistema nervioso, incluido el comportamiento, está sujeto al cambio evolutivo. Por tanto, siempre es posible estudiar variantes de un determinado proceso en especies diferentes. Este aspecto es particularmente importante en el caso de la actividad cerebral. La aceptación de que cualquier actividad cerebral, incluidas las propiedades cognitivas, resulta de la modificación evolutiva de propiedades presentes en otros organismos, es lo que hace justificable la utilización de modelos animales en el estudio del cerebro humano (Delgado García, 2007).

Munakata, Casey y Diamond (2004) muestran cómo el trabajo, en el área de las neurociencias, incluye todo tipo de métodos de disciplinas relacionadas, como pueden ser estudios de comportamiento, de neuroimágenes, de genética molecular, modelos computacionales, registro de células únicas, ensayos químicos, entre otros, que intentan destacar el énfasis que se está poniendo en métodos complementarios para evaluar múltiples aspectos o niveles de procesos del desarrollo, que van desde aquellos específicamente moleculares hasta niveles sistémicos en el desarrollo típico y atípico de los humanos y otras especies.

Las funciones conductuales y mentales suponen un cierto grado de localización en estructuras cerebrales, pero lo cierto es que la mayoría de los generadores de patrones de procesos cognitivos y emocionales no presentan una localización única, sino más bien distribuida o en red.

De manera general puede decirse entonces que las neurociencias se entienden como un conjunto de disciplinas científicas que comparten un interés común, como es el estudio del sistema nervioso. Las denominadas de tipo no conductual estudian la neurona, la glía, la anatomía desde la neurobiología, la neuroanatomía y la neuroendocrinología. Las neurociencias calificadas como de tipo conductual estudian el funcionamiento del sistema nervioso desde la neuropsicología, la psicobiología, la psicofisiología, la neurociencia cognitiva y la neuroeducación. Lo cierto es que desde los avances tecnológicos y del conocimiento, se procura un camino a la integración.

Fuente: Revista Digital Universitaria - UNAM

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