No sólo de pan… hablemos de emociones y pobreza
La pobreza no sólo incluye carencias materiales como la falta de alimento, agua y educación; también considera carencias emocionales como la falta de autoestima, la seguridad y el apoyo emocional. Su solución no sólo depende del gobierno, sino también de usted.
Existe una vasta literatura de psicología, neurología, y economía sugiriendo que los factores socio-ambientales afectan el desarrollo cognitivo y emocional de los infantes. Desde la concepción hasta los 5 años de vida comienza a formarse la base del desarrollo cognitivo y emocional del niño. La calidad de este desarrollo en gran parte dependerá del “cuidado” que el infante reciba, es decir, de los bienes y actividades que permiten a las personas alimentarse, educarse, estar sanas y vivir en un hábitat propicio.
Por otro lado, estudios en Chile, Brasil, México, Ecuador y Colombia, entre otros, sugieren que niños que crecen en hogares pobres son más propensos a presentar déficits en desarrollo mental y emocional. Generalmente, este déficit se asocia al mayor estrés y violencia del ambiente donde vive el niño, a carencias nutricionales, afectivas y de estímulo cognitivo. Esto sugiere que un niño con cuidado deficitario en su etapa prescolar, comienza en desventaja su siguiente etapa, que es la escolar. Es muy importante notar que lo anterior no significa que el niño no tenga a oportunidades de disminuir esta brecha, pues un estudio realizado por la OECD señala que el cerebro se va moldeando constantemente a través de las experiencias, por lo tanto, se puede disminuir la brecha. Eso si, mientras antes mejor.
Lamentablemente, lo que obtienen no es mayor atención, si no, lo contrario. Dado que no solo es más probable que los hogares pobres se ubiquen en barrios donde hay más criminalidad y violencia, si no también los padres sufren más estrés y presentan mayor frecuencia de depresión, entre otros; niños crecidos en estos hogares son más propensos a presentar problemas de comportamiento que irritan a sus profesores y pares; quienes en vez de integrarlos, los aíslan pues ven el resultado y no la causa de su mal comportamiento. Adicionalmente, las consecuencias no serán las mismas para un joven que creció en un hogar que solamente carecía de dinero, que para un joven que además creció en un barrio violento, donde el uso de drogas era “pan de todos los días” y la delincuencia el trabajo de sus vecinos. “Niños pobres tienden a imitar a sus pares mientras que aquellos de clase media y alta tienden a buscar diferenciarse de sus pares, ya sea a través del deporte, estilo personal, sentido del humor, o identidad social”. Esto sugiere que el tipo de política pública específica para niños y jóvenes pobres debe identificar el medio ambiente donde el niño se desarrolla.
Niños que no superan la brecha en capacidad de aprendizaje se frustrarán al repetir grado, y si adicionalmente son aislados por sus profesores y pares por su mal comportamiento, los incentivos de ir al colegio son bastante bajos y abandonan la escuela, siendo este su primer fracaso social. La evidencia dice que las mayores tasas de deserción escolar en los quintiles de ingresos más bajos, se deben principalmente a factores económicos, repetición y falta de interés. No es sorprendente que exista cerca de un 18 porciento de jóvenes entre 15 y 18 anos que no estudia ni trabaja.
Dicho lo anterior, no es novedad que en América Latina la movilidad social sea más baja en el extremo más pobre. El mercado laboral valora las habilidades cognitivas, emocionales y sociales. Estos jóvenes carecen de todas ellas ya que en gran parte su familia no les brindó el cuidado mínimo necesario para desarrollarse como personas y la sociedad no solo no los apoyó, sino que también los aisló y humilló. Un pequeño cambio, como no despreciar a quien está a su lado, puede marcar una gran diferencia en la vida de una persona. ¡Piénselo!
La carrera de obstáculos empieza temprano, ameritan una mirada de ciclo de vida y el compromiso de todos.
— Blog Humanum
revistahumanum.org
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